viernes, 14 de octubre de 2011

Lo público y lo privado I

La cuestión es intentar deshacer algunos enredos no sé si lingüísticos o paraligüísticos (en los tiempos que corren empiezo a pensar que existen lenguajes más allá de lo comprensible que se aceptan como significativos).

Sin fotos: quien desempeña un cargo público ejerce una labor privada. Cualquier empleado público, incluido un servidor, sirve a su trabajo en primera instancia y, a las instituciones públicas, sólo de manera derivada. No hablo ya de un empleado de Hacienda o de un profesor de instituto, sino de un secretario de estado o un ministro. Un ministro trabaja de ministro y eso es lo que le hace ser ministro y no al contrario (no sucede así, por ejemplo, en el caso del voluntariado o de los misioneros). Que nadie piense que la función pública es una función desinteresada o no-privada. Para no confundir, "público" no significa "al servicio de los demás", sino "retribuido por una institución no privada". Sólo eso.

Quien trabaja en el ámbito privado obviamente desempeña una "función" pública, en la medida en que contribuye al desarrollo del conjunto de los ciudadanos -sin detalles-. En ciertos sectores sindicales se ha vendido que los recortes en educación pública de la Comunidad de Madrid -que se cifran en 80 millones- han ido a parar a la educación privada, por aquello de que los padres que llevan a sus hijos a colegios sin subvención alguna se desgravan 900 euros en la declaración de renta. Si acabásemos con la enseñanza privada (con y contra la que no tengo nada personal) miles de puestos de trabajo se quebrarían. Los padres que llevan a sus hijos a colegios privados pagan impuestos para sostener la educación pública (con y a favor de la cual tengo mucho personal), además de mantener esos puestos de trabajo, que contribuyen, entre otras cosas, a mantener miles de empleos.

La defensa de "lo público" se vende como una forma de solidaridad con los más desfavorecidos, pero no hay ni una sola razón que lleve a pensar que esa es exactamente la razón que motiva la huelga en la educación pública madrileña. Ni una sola.

Con independencia de que la medida del gobierno de Esperanza Aguirre es de todo punto inoportuna, ineficaz e inadmisible desde el punto de vista de un profesor, políticamente es impecable, si con "político" entendemos "socialmente aceptable" (algo que los profesores de la pública, mis compañeros, no terminan de ver).

La política influye hasta tal punto en la vida social, que los miembros de la sociedad sólo se sienten políticamente legitimados si no se meten en política o protestan contra ella, en vez de hacer verdadera política -gestión de lo social al nivel que sea- (contradicción hecha realidad con el movimiento 15-M que no llegaré a entender jamás).

La sociedad no necesita de la política entendida como lo "socialmente aceptable", sino que camina a su ritmo o protesta contra ella, con lo que lo social queda subsumido en lo político y el individuo en la maniobra de lo "políticamente correcto" o "aquello de lo que se habla", o "estar informado", o "vivir al día", pero no en el protagonismo de su vida propia en sociedad.

Conclusión después de tanto análisis más o menos críptico: menos fotos, menos ideología, más realidad, más protagonismo en la propia vida, menos demagogia, menos actualidad política, más compromiso político, menos etiquetas, más reflexión, más serenidad, menos dedos rápidos al apoyar iniciativas o noticias, menos facebook y más blogs, cafés, conversaciones de mus, preocupación por los que no están en mi mundo y afán por entender todo esto. Con esta receta yo puedo empezar a discutir sobre qué diantres es lo público y lo privado. De otro modo sólo soy ultraconservador o rojo, y no un ser pensante. Algo a lo que no aspiro, sino que doy por hecho, aunque, no sólo los políticos no suponen, sino tampoco la mayoría de los internautas que se apuntan a una noticia como si les fuera la vida y dicen "me gusta" cuando no saben si es lo mismo "me resulta simpático" que "es el amor de mi vida". Facebook no es sólo frívolo y maravilloso, es insustancial, posmoderno e infiel a sí mismo. La receta mágica para no pararse a pensar. Una foto no es más que una foto. Una noticia no pasa la barrera del tiempo que dura. La reflexión y el diálogo acerca de todo esto puede llevarnos a aclararnos con nosotros mismos, que es lo primero que necesitamos.