sábado, 5 de diciembre de 2015

Me iré, con el tiempo (tengo para mí)

A vivir cerca de él,
a desafiar, con el ímpetu que me quede,
a soñar,
a partir, marcharé,
en fila de a dos,
sin un nombre,
me abriré paso
entre tú y yo,
ridículo y desnudo,
para investigar
qué hay en medio
de la sima de lo cercano,
entre el abismo que nos rescata
de estar tan sueltos,
tan solos,
tan inquietos e inmóviles,
tan sencillos...,
iré de frente, cansado
de mí.

Sin ver
que el tiempo es música
que le ponemos a la noche,
al amanecer alegre,
de ascensores y escalones,
subiendo rápido
para llegar
a nosotros mismos,
en cada instante irrepetible.
Me iré, con el tiempo,
a quererte, que es
una tarea pianística
e insondable,
como estar abierto
de par en par
a una sorpresa más,
a un último consuelo.

Yo soy así,
noctámbulo por azar
o por designio
tuyo,
soy como un arco tenso
relegado en sí, recto,
conmovedor, terco...,
un arco que reverenciar
al pasar,
un arco soy, abrupto,
una mentira no escondida,
un alfiler consciente
de su extrema y ridícula doblez,
enhiesto,
una piedra indestructible, serio,
el filo de un cuchillo
puesto de lado, imposible,
soy
el hazmereír de la hermosura,
la sonrisa flexiva,
reconcentrada, yuxtapuesta,
a la que más le valdría
no haber nacido
antes de ti.

Cada noche será entonces,
un amanecer;
quererte será una alegría
consentida, y verte
ser mientras muero
en brazos de una melancolía
inofensiva, será un precio
ridículo, apenas
la suave caricia
de un recuerdo
desmembrado, suelto,
arrugado por él,
-tiempo irrepetido-
músculo ardiente, inofensivo,
será no más
que lo que es,
misterio cumplido.

Moriré en ti
como muero,
en lo pequeño,
a la cotidiana luz
de la grandeza oscura,
de la fina, esbelta,
indescriptible y dura
mansión del escenario
diáfano del ser real,
prístino, desconocido, puro.
En la paz deseada moriré,
incontrovertible
mayúscula, suave,
frágil;

moriré
a la amable facilidad
de tenerte enfrente
como si el espejo de mi rostro amable
fuera simple,
tan condescendiente
como una explicación filosófica;

renaceré muerto,
cada día,
mientras contemplas
el falso techo
de mi desmesura,
de mi irremediable sed
de ti, de un beso estúpido,
indiferente, eterno.

Seré, ¿no es esto soñar?,
un altar lejano,
borroso, antiguo,
un verdadero sacrificio,
una belleza de esas
que dan al traste
con las explicaciones.

Despierta.

Moriré mientras me estoy yendo
y tú
te preguntarás por qué
la realidad no es el deseo.

Y yo no diré nada,
como de costumbre,
como cuando
te contemplo y figuro
que escucho lo que dices,
y estoy
escuchando el verbo silente
de mi sorda muerte,
de ese escándalo tuyo
que conduce
-sin riesgo ya-
a la definitiva clarificación
de un terco porvenir que,
tengo para mí,
no tiene futuro.
Amor mío: yo solo te quiero.

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