sábado, 21 de noviembre de 2015

Algo más extra-ordinario

¿Es permisible una entrada en un blog, camino del 2016, sin un vídeo o, cuando menos, una foto?

Ahí va una, que poco tiene que ver con lo que quiero decir, pero que sin duda justifica que soy un hijo de mi tiempo y que conozco la actualidad del día a día.
(Me gusta mucho el juego de ángulos y de luces de este distribuidor de un salón).

¿Hay algo más extra-ordinario que el tiempo? Es decir, ¿podemos pensar en algo -no tanto una cosa como una realidad- que se salga más de lo habitual que el tiempo mismo? Kant tal vez estaría de acuerdo conmigo cuando señalo al tiempo como una condición que hace posible que exista lo ordinario y que, a su vez, no puede ser algo ordinario. La temporalidad tiene, por tanto, que estar fuera de ello, ser extra-ordinaria. Pues bien, sólo concibo una realidad más alejada de lo habitual que el tiempo: la eternidad. Imaginemos un concurso de televisión de temática metafísica: "Para pasar a la siguiente fase, cite una realidad más extraordinaria que el tiempo. Tiempo". El concursante, desconcertado, dudaría por un momento... "Eternidad".

No es que la eternidad esté fuera del tiempo, sino que, al hilo de lo que traigo entre manos, se encuentra -si es el caso- al margen de lo habitual. O, por ser más preciso, más arriba de lo habitual. Lo ordinario, lo acostumbrado, aparece ante nosotros, pero también entre nosotros, es algo así como un apacible estar en lo ya conocido. Sin lo habitual nuestra vida sería una constante sorpresa, un modo inhumano de existir, por mucho espíritu juvenil que riegue nuestras venas.

Pero la cuestión en disputa no es lo acostumbrado, sino el tiempo, esto es, lo eterno. Hay un deslizamiento tan poco delicado como intencionado, una forma bárbara de decir antes de lo preciso lo que merecería ser anunciado después: el tiempo y la eternidad tienen en común que ambos son extraordinarios. Únicamente a través de un discurso metafísico puede explicarse que hablamos de algo tan abstracto que, quien intente entenderlo utilizando la imaginación, hará saltar en pedazos la banca, o lo que es lo mismo, la racionalidad. De eso se trata, intuyo. Para entender, al margen de lo que experimentamos, se precisa de la abstracción, esa manera en la que nos encontramos con la suma, la resta, la multiplicación o la división, como algo consabido que descubríamos; con el significado de "ayer" y de "mañana", sin que jamás recordásemos, imaginásemos ni, por supuesto, experimentásemos, ninguna percepción que nos moviera a situar en su justo medio cualquiera de esas intuiciones.

En efecto, intuimos el ayer y el mañana después de haber experimentado y proyectado; es decir, comprendemos el significado de las palabras "ayer" y "mañana", una vez que hemos abstraído, pensado -y no sólo experimentado-, el paso del tiempo. Es decir, el tiempo no puede, de suyo, en su pasar, permitirnos experimentar su continua discontinuidad. Cuando un niño -pongamos que a los cuatro años- es capaz (¡milagro brutal!) de comprender que lo que recuerda puede usarlo para el futuro como algo que le sirve para gestionar su presente, en él ya se ha producido una maravillosa y deslumbrante desproporción; una capacidad de llevar a cabo analogías, imposibles de comprender desde la llana perspectiva del aprendizaje a partir de lo experimentado.

El niño piensa, abstrae, se adueña de lo que no está, ni siente, ni percibe. El tiempo es un misterio que nos pasa desapercibido y al que nos habituamos, estrechándolo en una serie (de experiencias, recuerdos, imágenes, qué sé yo). Pero no lo vivimos, no lo sentimos, no lo experimentamos o percibimos como tal, sino que lo ponemos, como Kant pensaba. Y esa forma de poner el tiempo en la experiencia, no tiene por qué ser previa, anterior a la experiencia, sino sencillamente humana (¿qué quería decir Kant con "anterior o previa a la intuición"? -el tiempo no puede ser anterior-).

Conclusión: Se agranda el misterio del tiempo. El tiempo se sitúa en el mismo nivel de la eternidad, desde el punto de vista de que es una realidad que no cabe entender con el mero sentido común, si se entiende por sentido común lo que un animal podría ejercitar para conocer a través de los sentidos. La propia imaginación y el recuerdo implican temporalidad. No se puede imaginar ni recordar con el sólo experimentar. Lo que veo no puede relacionarse con lo que vi sin que intuya el tiempo o en el tiempo o a través de él. Pero sólo se pone de manifiesto que hay abstracción de lo intuido si el tiempo puede gestionarse al margen de lo que aporta lo sentido o percibido. Dicho de otro modo, si existe la convicción o la esperanza de que hay un mañana que puede repetir o variara el ayer, ello no proviene de lo que vivo como presente, sino de aquello que moldeo, estructuro o gestiono como pasado y como futuro. Eso que los animales jamás han hecho y eso que los humanos, unos con más y otros con menos dificultad, hacemos alrededor de, a partir de los cuatro años.

Ya seguiremos.





2 comentarios:

Unknown dijo...

El tiempo siempre ha intrigado al ser humano. La ciencia ficción se nutre de esta dimensión en relación con la del espacio y la velocidad. Pero para el ciudadano común es difícil comprenderlo. Como bien dices, es algo que hemos inventado y que hemos puesto en relación con los fenómenos estacionales y el aspecto de objetos y seres en continuo cambio. No asocio la eternidad de igual manera, sino como un "ser" que nunca ha de dejar el plano de la existencia. Aquí, pasado, presente o futuro no le afectan. Un "ser" sin principio y final no puede ser medido. Un "ser" que no pierde su esencia y lo es eternamente estaría fuera del ámbito de la materia —a la que sí le podemos aplicar la dimensión del tiempo en relación con sus cambios de estado—. Entraríamos entonces en el plano de la metafísica y ya sería harina de otro costal.

oscar pintado dijo...

Claro, plenamente de acuerdo. Mucho me temo que esta entrada no explica de manera adecuada la harina del asunto, por recurrir a tu referencia. Y sí, es metafísica, sin lugar a dudas. La eternidad no podemos percibirla, porque no es material, como dices. Pero lo mismo sucede con el tiempo. A mí Kant me gusta mucho en su explicación de los a priori de la sensibilidad: espacio y tiempo. Son lo que hace posible toda intuición y, a su vez, no pueden ser intuidos.

La cuestión no me preocupa, me obsesiona. Pero ya tengo un capítulo preparado sobre la paradoja del tiempo que espero que vea la luz en no mucho tiempo (?) en algún lugar (?). Como sabes, lo destaca además Wittgenstein, San Agustín se preguntaba cómo podemos hablar de pasado, que ya no está, presente, que acaba de fugarse y futuro, que aún no es. Y resolvía el enredo diciendo que los tres son diferentes estados del alma.

Con Kant y Agustín aterrizamos, por una parte, en la necesidad de distinguir entre tiempo físico y tiempo personal o subjetivo, anímico. Pero por otra parte también, y esa es la veta que veo de mayor interés, en el descubrimiento de la identificación entre tiempo y eternidad. ¿Por qué?

Mi intuición, de hace ya unos cuantos años, se la debo a Jorge V. Arregui, que me hablaba de unos papeles de Fernando Inciarte, que éste dejó inacabados. En ellos podía leerse: "la eternidad no puede ser después". Y llevo muchos años desvelado con el tema.