viernes, 6 de noviembre de 2015

Algo extraordinario

Parece una broma: el tiempo es algo extra-ordinario.

Os hablaré del tiempo. Intentaré demostrar la siguiente premisa: el tiempo no existe como el espacio.

Había una vez, de un tiempo a esta parte, tiempo atrás, a la hora en que menos lo esperas, tiempo al tiempo; echar de menos.

Se trata de una manera, algo abrupta, eso sí, de llamar al encendido del interruptor poético que llevamos con nosotros, cada vez que nos empeñamos, costumbre u obligación, en volver a leer la frase anterior de nuevo; porque no la hemos entendido del todo bien, porque nos hemos despistado en el corto -cortísimo- trayecto que va de la primera a la última palabra, porque fijándonos en una palabra hemos aterrizado en algún sobrevenido recuerdo, porque... Hay o no hay interruptor poético. Tenerlo o no depende, creo, de un buen número de factores que me costaría mucho describir. Para la vida de muchas personas, considero que es importante tenerlo. Intentemos encenderlo.

Si se ha encendido habremos leído de nuevo, por ejemplo, "de un tiempo a esta parte". El tiempo no tiene trozos ni, por tanto, es imaginable en términos de partes. El tiempo no es material. Es decir, no es lo que hay. El tiempo es lo que pasa.

"Esto es lo que hay, amigo", me dice con gesto distante, en un abismo de miradas acostumbradas y sonrisa impostada, quien, definitivamente, no me quiere ayudar. En este contexto fácilmente representable hay una clamorosa falta de precisión, pues eso no es lo que hay, sino lo que pasa. Pero "esto es lo que pasa" suele utilizarse como el enunciado de una frase que anuncia una consecuencia, habitualmente desastrosa: "Esto es lo que pasa cuando uno piensa que todo va bien y no piensa en las consecuencias", por ejemplo. Pues bien, en esa frase, es más preciso comprender que eso no es lo que pasa, sino que eso es lo que hay. Deberíamos decir: "Esto es lo que hay, si piensas que todo va bien y no calculas las consecuencias, te encuentras con sorpresas" (por ejemplo). "Lo que hay" es lo que ya ha sido que, de algún modo incierto, permanece. Lo hay porque está. Pero no pasa. Si pasase ya no lo habría y, por tanto, no sería relevante. Y entonces no podría ser invocado para tomar una lección a partir de ello.

Perdóneme quien no haya encendido el interruptor: quiero decir con la mayor precisión posible, como sabe de sobra quien lo tiene prendido -qué maravilloso equívoco latinoamericano el de "prender" en el sentido de encender y de fijar-, que el tiempo pasa y el espacio está, o lo hay; pero que el tiempo no lo hay -aunque el espacio podríamos decir que pasa. Dejemos a un lado el hecho, cierto o no, de que el espacio pueda o no pasar-. El espacio está para poder ser ocupado en un mientras tanto.

(Si leer lo dicho hasta aquí resulta ser un castigo inesperado, perdóneme el lector. Si espera la conclusión, también, aunque la hay. Si tiene un interés infundado pero cierto, espere al siguiente párrafo en el que esta entrada finaliza).

Premisa fundamental para poder seguir hablando del tiempo: no hay tiempo, sino que el tiempo es aquello que, sin estar, pasa. O sea, sin permanecer, comparece y desaparece. El modo de presentarse del tiempo es la manera en que desaparece. ¿Hay algo más radicalmente real y paradójico? Y si todo lo que percibimos y vivimos fuese temporal, ¿habría escapatoria posible a la paradoja en que consistiría la realidad? Si el tiempo -como muchos e importantes han dicho- fuese lo más real y, atendiendo a mi argumento, fuese paradójico de suyo, entonces lo más real sería paradójico. De ser así, y creo que lo es, la realidad, en la medida en que está, es una paradoja toda ella, puesto que pasa.

Mi conclusión: si entiendo adecuadamente qué es una paradoja, entonces el tiempo remite necesariamente al pensamiento. Puesto que éste es el escenario en el que la temporalidad resulta paradójica, por real. Cuando no pienso el tiempo éste comparece permaneciendo (lo hay o está). Pero cuando lo pienso se fuga de entre mis manos, como el agua del río de Heráclito.

No hay comentarios: