martes, 9 de enero de 2018

Describa en tres minutos...

...todo lo que pasa por su cabeza. Evite pensar en dos cosas al mismo tiempo. No sea ridículo, no se pare a pensar en qué es lo que va a dejarle en mejor lugar -para eso bastaría con arreglarse un poco el pelo y limpiar de vez en cuando sus zapatos (o mejor, usar zapatos en lugar de deportivas)-. No arriesgue, no permita que su imaginación le juegue una mala pasada yéndose por los cerros de Úbeda. ¿Que dónde están esos pequeños accidentes geográficos? No sea maleducado, no estamos aquí para perder el tiempo. Es más, no estamos en este lugar, en esta circunstancia, en el presente momento, sino para perderlo. A ver, describa:

-Bueno, umm, bien; me gustan las palabras. Por ejemplo, "divulgativo", "pendejo", "volátil", "bisturí". Me gusta pronunciar "arquetípico", "soslayar" y... sobre todo "treta"; cuando digo "treta" es como si el mundo se resumiese, encogiéndose a mi antojo, sirviéndome un sentido bien definido, pequeño y familiar. Digo "treta" y las cosas están en su sitio, quizá porque son pocas, como si dos sílabas cerrasen un círculo complejo y completo. Pero no por eso voy a echarme a dormir sin más.

También me gustan los avatares, no la palabra, que es forzada, poco sutil, incómoda si la introduces en una conversación coloquial. Lo que me interesa son las cosas pequeñas que tienes que describir cada día para confirmar que han sucedido verdaderamente. Detesto la menta; nunca me gustó el olor de los chicles de clorofila, ni los chicles mismos (la palabra es odiosa, por lo demás). Odio también los lugares comunes, las frases hechas y lo vulgar. Todo ello me deja parado, sin capacidad para pensar ni decir nada oportuno. Debo de poner cara de idiota cuando alguien mantiene con enérgico convencimiento que los políticos son todos unos loquesea. Me traslado a otros mundos mientras la gente a mi alrededor repite noticias que ya he oído en la radio. Cuando me dicen "Feliz año" por el Whatsapp me planteo si debo no responder para acabar con una costumbre que no me gusta, y siempre acabo por contestar.

Pero estoy cayendo de nuevo en lo mismo, doctor, vuelvo a hablar de mí, de mis manías, que en el fondo tampoco me importan tanto. Lo que odio no es algo de lo que reniegue. Tampoco me encuentro tan incómodo en las situaciones cotidianas, a pesar de que me parezcan una pérdida de tiempo y de sentido.

-¿Una pérdida de sentido?

-Sí. Ya sabe que para mí lo del sentido de la vida es como para mi padre el postre. Si no lo toma es como si no hubiese comido, dice. Si lo que se comenta a mi alrededor no tiene visos de apuntar a una finalidad, a una manera de hacer las cosas; si no esboza un signo que ayude a entender una manera de ser, las palabras nublan mi consciencia. A veces incluso me mareo si la conversación sube de tono. Quiero decir, si los tópicos y las insensateces se prolongan, necesito sentarme para no caerme redondo y, en lugar de ello, suelo asentir con un gesto, o incluso añadir: "Desde luego". Soy una arpía, una alimaña, un perfecto desheredado que, no obstante, da la sensación de esperar algo de cada cual. ¿No le parece que si no hay sentido, entonces reina el absurdo? ¿Es soportable vivir para el sinsentido?

-Bien, ha pasado su tiempo. Hemos rebasado los tres minutos y no me ha dicho usted nada de lo que pasa por su cabeza, sino tan sólo cosas que hay en su cabeza. El próximo ejercicio va a ir más al grano, para que no se me escape usted por la tangente.

-¿No ha pensado usted siempre que la tangente era como un leve roce, íntimo, silente, delicado y triste?

-No se vaya por las ramas...

-La tangente de las ramas, acariciando cada abrupta corteza, cada grácil hoja temblorosa, cada guiño esquivo del sol entretejiendo amaneceres... No me haga caso. Discúlpeme. Me hablaba del próximo ejercicio.

-Sí, el siguiente va a ser sin palabras.

2 comentarios:

Cesar Glez. Canton dijo...

Óscar: No pares, sigue, sigue, no pares...

O sea, que cuando me pones esa cara pensativa, en realidad estás pensando: "pero qué cojones me está contando este tío".

Qué fuerte. Yo estaba a punto de escribir sobre más o menos lo mismo. Solo que yo acabo en el nihilismo y no en la metafísica. Y no sé muy bien qué hacer. Esto me escribía un amigo hace unos días:

Recuerda esto querido amigo: cuando has recorrido lo siete mares y te sientes más allá del bien y del mal...en realidad estás mas cerca del mal que del bien; porque no te queda ningún lugar más adonde ir en el que no hayas estado ya...entonces regresas de todas partes. Pero el problema no es de dónde vienes sino a donde vas; no hay nada que te falte visitar o conocer, estás de vuelta de todo.
Y experiencia no equivale a sabiduría, la experiencia genera un cierto conocimiento, pero no elimina tu capacidad de asombro, y si lo hace no es que lo sepas ya todo, es que has dejado que la amargura de este mundo haya endurecido tu corazón, dejando de ser poroso a lo malo pero también a lo bueno y a la belleza. Vuelve a vivir con ojos de niño. No busques la verdad, deja que ella te encuentre. Si ya no puedes ver belleza en nada, es un indicador infalible de que tienes que cambiar algo en tu vida.
Ahora tu camino está en tu familia, cuídalos y trata de que sean felices, ellos te mostraran la verdad.

Y yo le dije: Dios te oiga.

Si no, ¿qué?

oscar pintado dijo...

Mi querido César,

¿Acaso el nihilismo no es una suerte de metafísica?
He estado leyendo con detenimiento unos pasajes de las Meditaciones metafísicas de Descartes, intentando ayudar a mis alumnos a tomarse muy en serio lo de leer un texto y entender a quien escribe. Me preguntaba: ¿cómo es posible que quienes escriben tan enjundiosamente mueran sin más? Y cuando pienso en el horror de la muerte, en el sinsentido que lleva aparejada; cuando reflexiono sobre el escándalo que significa el morir para la vida, siempre pienso en Unamuno. En la rabia especulativa con la que decía en Del sentimiento trágico de la vida y creo que también en La Agonía del cristianismo, que queremos inmortalidad de carne y hueso. Perdurar, pero encarnados, no como espíritus puros.

Las palabras mismas son una fuente inagotable de sentido. Éste se multiplica si estamos dispuestos a jugar la vida poéticamente, esto es, rendidos a la belleza. Y la belleza se manifiesta a menudo en lo terrible. ¿No decía Rilke que es "el comienzo de lo terrible"? La conmoción es una forma de admiración. La experiencia, quizá tan sólo algo inevitable. Me rindo ante algunas de las cosas que te escribe tu amigo. Y me pregunto, ¿cómo volver a vivir con ojos de niño? Los que tenemos la fortuna de tener hijos tenemos un montón de oportunidades cada día para aprender a ver.

La belleza ama ocultarse en lo minúsculo. Lo sabemos desde hace muchos años. Tal vez lo que hemos perdido sean las ganas de descubrir, empeñados como estamos en gestionar la realidad. Acostumbrados a decirles a los niños -y a los alumnos- lo que tienen que hacer, cómo deben entender; cómo se ha de pensar; qué es el tiempo, el sentido, el bien y el mal.

Y sin embargo, estamos perdiendo fuerza para ver a través de sus ojos. Estamos sufriendo un lento proceso de decadencia que consiste en dejar de mirar a través de los ojos de los otros; de vivir en sus experiencias, de jugar a buscar la verdad en otros paraderos.

No tendríamos por qué sentirnos extranjeros en otras vidas queridas, bastaría escuchar y mirar con atención, acariciar las mejillas de nuestros pequeños y estar dispuestos a querer ser un poco de sus vidas, en lugar de enseñarles cómo se maneja cada detalle de la existencia.

Por último: yo creo que dejarse encontrar por la verdad es lo mismo que buscarla atinadamente.