jueves, 4 de enero de 2018

Diálogos -a duras penas- con mi dentista

En la sala de espera del dentista es fácil cruzar miradas cómplices con aquellos que, como uno mismo, van a ser sometidos a esa humillación imprescindible de dejarse hurgar una parte tan íntima como la boca.

Pero pronto, si consigues evitar mirar el teléfono móvil y aprovechar tu tiempo, puedes imaginar qué le pasa a cada uno de tus compañeros accidentales: ¿necesitará un mero empaste o se le habrá complicado la situación de tal manera que requiera una ortodoncia? ¿Cuántas fundas llevará la señora de la esquina? ¿Será la primera vez que viene, estará aquí por una muela del juicio? Y ese señor con esa apariencia tan noble; se diría que se ha equivocado de especialista, no debería pasar de tener problemas de cefaleas...

Cuando sonó mi nombre en la voz alta de la enfermera, un escalofrío recorrió cada una de mis células. Por un momento recordé la escena de El Verdugo de Berlanga. Pero esta vez yo no era el verdugo, sino el condenado. Me dirigía firme y confiado al paredón de la silla reclinable (¿eléctrica?). Y por aquello de romper el hielo y hacerle más amable el trago a la doctora, le espeté: "¿cree que todas las dentaduras son iguales?"

-¿Qué quiere decir?

-Tal vez que para usted una dentadura es igual que otra. Después de una experiencia tan dilatada, supongo que para su parecer todos los dientes se parecen. Si yo fuese un cirujano que opera del estómago, no tendría en cuenta si se trata del apéndice de una joven bien parecida o el de una anciana moribunda. Lo importante en esos casos es el estómago como tal. Y, en ese sentido, quizá pensaría que todos son, a fin de cuentas, iguales. Pues lo mismo en el caso de los dientes.

-Es usted muy gracioso, nunca lo había considerado de esa manera. ¿A qué se dedica usted?

-¿Cómo? ¿Habla en serio? ¿Nunca lo había considerado de esa manera? Yo soy profesor de filosofía y, por tanto, me dedico a dar vueltas a aquellas cuestiones a las que otros no prestan la más mínima atención. Por ejemplo, pienso en qué estará pensando de mí la dentista, en lugar de si llevo la camisa arrugada. En si las arrugas de la camisa le conducirán a pensar que soy soltero o si por el contrario creerá que vengo directamente del trabajo. Yo no me detengo en estupideces del tipo de cuánto me va a costar arreglar todo este desaguisado, amplio de miras como soy, prefiero pensar en si la estructura de mi dentadura obedece a la de un kantiano recalcitrante o si es la típica configuración vulgar de un comercial de bebidas alcohólicas.

-Ja, ja, ja, ja. Insisto en que es usted una persona muy divertida. Vamos a ver ese 24.

-Doctora, le aseguro que esto no es tan desagradable para mí como ignorar para siempre si los dientes pueden ser un dato relevante de la personalidad. Antes de adentrarnos en las profundidades de mis pequeños huesos bucales, ¿los colmillos de un abogado son más o menos afilados que los de un periodista? Y tan sólo una pregunta más: ¿mira a su marido basándose en su manera de ser o lo juzga por las veces que se cepilla al día?

-Ja, ja, ja, ja. Qué gracia tienen los filósofos. Nunca me había enfrentado a un 24 tan repleto de sentido. Seguro que debería responder a su pregunta afirmativamente. Sí, todas las dentaduras son iguales para mí...

-Si todas las dentaduras son iguales, al menos a grandes rasgos, ¿qué interés tiene su oficio?

-Ninguno, al margen de colaborar en que la vida sea más agradable de lo que es para mis pacientes.

-Luego usted no trabaja por dinero.

-Claro que sí. ¿Y usted?

-Yo trabajo para facilitarle a usted el camino a la felicidad. Para hacerle ver que cada diente no es un mero diente, ni cada empaste un mero empaste. Para tratar de averiguar si nuestras bocas pueden ser metáforas de lo que vivimos y, por tanto, en rigor, de lo que decimos. Trabajo para hacerles preguntas tontas a personas inteligentes y preguntas inteligentes a personas que no lo son tanto; para borrar la frontera entre lo oficialmente inteligente y lo establecido como estúpido. Hinco mis dientes en la racionalidad para ver si hay algo que sacar del pensamiento, aparte del gusto por dejar de tener faltas de ortografía o memorizar las capitales de Europa. Busco verdades ocultas, que se esconden detrás de las vidas individuales, de las apasionantes historias de cada uno de mis semejantes, a los que jamás lograré ver como tales, porque tengo un problema, por encima de este flemón: se le podría llamar hiperreflexividad; diagnosticarlo sólo serviría para hacer de mí una persona especial.

Y para eso ya está cada uno de nosotros. ¿Qué, me hace un tatuaje en la pieza dañada? A ver si es posible que se lea: "Mi mujer y mis hijos: me los como. ¿Por qué me salen caries?"

-Bien. Siéntese. Esto va a ser más fácil de lo que usted se imagina.

-Desde luego que sí. Mire, cuando abro la boca y cierro los ojos en el dentista sueño que tengo una conversación en la que articulo de manera adecuada cada una de las sílabas que pronuncio. Y eso sin plantearme si son sílabas o palabras lo que digo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha gustado mucho Oscar y también me he reído. Pensar en las cosas por nimias que parezcan es un gran acicate para la vida, y compartir los pensamientos nos enriquece a todos

oscar pintado dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Rubén. Celebro que te haya gustado. Espero que podamos seguir hablando de existencialismo en la intimidad.