martes, 14 de octubre de 2008

De lo que se debería poder hablar: De qué estás convencido

¿Cuál es la verdadera relevancia del estar convencido? Recuerdo mis años en la universidad. Una de las cosas más respetables en el ambiente filosófico en el que solía moverme era no estar convencido de lo que se pensaba o de lo que se decía. Esa era la mejor forma de establecer un diálogo libre de dominio capaz de hacernos aterrizar en la balsa de los acuerdos, de las convenciones. Creíamos ser hermeneutas y nos acercábamos peligrosamente -al menos yo- al habermasianismo, a la llamada filosofía del diálogo o de la acción comunicativa. Yo creo que esa tendencia, tan de moda hoy, no sólo en determinados círculos filosóficos, sino también y, sobre todo, políticos, culturales (¿qué diantres segnificará esto último?), ..., está repleta de vacío. Si el acuerdo es la garantía de verdad entonces la verdad no tiene ningún valor (y en el fonod el acuerdo tampoco, aunque pretenda arrogarse todo el derecho a decidir qué es lo relevante, lo verdadero, lo correcto incluso, lo bueno). Todo es cuestión de acuerdo. Si el 90 % de los diputados están de acuerdo en una medida eso la convierte en buena. Pues bien, yo abandoné la universidad hace ya 12 años y ya no creo en la teoría de la acción comunicativa. Es más, no creo en ninguna teoría de la acción, sino más bien en las acciones. Las acciones sugieren nuestra forma de pensar. Aquello de lo que estamos convencidos se muestra en lo que hacemos (decía Wittgenstein que ante un ser humano no doy una definición, sino que tengo un comportamiento, a estoexactamente me refiero). Las verdaderas convicciones se ponen a prueba en la vida. Y también en el diálogo. Lo bueno no es querer dialogar -lo cual está bien-, lo bueno es que lo que diga sea verdadero. Lo importante del diálogo es que la verdad sea su horizonte. En los últimos años la defensa al estilo habermasiano del diálogo por el diálogo, ha supuesto la vuelta del calcetín. Lo que pretendia ser un diálogo libre de dominio se ha tornado en el dominio del diálogo sin otro fin que él mismo o, peor aún, sin otro fin que la defensa del diálogo mismo. Lo que hay entonces no es una conversación entre ideas, sino una absurda descalificación del otro, por ser menos dialogante, sin que el diálogo efectivo llegue nunca. Pues bien, ese dominio es aplastante. La sombra de Zapatero es alargada, no porque él haya inventado el diálogo antiplatónico o habermasiano, sino porque ha logrado dar con una de las claves que gran parte de la progresía y más allá de la progresía, considera fundamental. Lo que me propongo decir después de este largo excursos introductorio es: ¿vale la pena hablar para llegar a acuerdos o más bien valdría más la pena llegar a acuerdos para hablar? ¡Porque lo terrible al cabo es que no hay diálogo! Esta forma de hablar es una muestra de la libertad de expresión, ¿hasta dónde podría extenderse sin censura? Creo que más allá de cualquier forma de censura. Internet es una metáfora de la libertad de expresión. La verdadera relevancia del estar convencido, según yo lo veo, se fija en, al menos, tres factores:
1- Te importa lo que dices, por regla general, más que a los demás. (Eso sí es creer en el diálogo)
2- No te da igual lo que suceda. La fidelidad se presenta como algo valioso, y
3- Estás dispuesto a discutir en serio.
Esta última característica es la que más molesta a los que dan su opinión sin estar convencidos, por lo cual suelen acusar a la persona con ideales de doctrinaria. La renuncia al diálogo parte de la acusación de doctrinario. Y todo ello se efectúa antes de que comience la discusión. O sea, no tengo tiempo de defender por qué creo lo que creo porque es ser un doctrinario creer algo diferente de "que cada uno crea lo que quiera". Continuará, sobre todo si dejas tu comentario y contribuyes al diálogo real.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, vaya... Justo esto fue algo que me ocurrió no hace mucho...Sin quererlo ni buscarlo, quedé atrapada en uno de esos "diálogos". Tal vez, no tenga aún conciencia de "lo que quiero" en la vida, pero si sé exactamente lo que no quiero. Me da rabia cuando se usa la demagogia para refutar una cuestión, y cuando muchas veces, el interlocutor necesita llegar a agredir no físicamente pero, sí a querer intimidar al otro contertulio, por no poder llevarle a su terreno. Tengo claros mis principios, o al menos de momento, y por lo menos, creo que aunque estés a favor, o en contra de algo, se debe hablar de la cuestión. Ésa era una de las premisas que yo defendía en el acalorado debate, no me posicioné en ninguno de los bandos, porque hay cuestiones, tan profundas, que bajo mi humildad, sólo puedes tener nociones básicas, pero nunca una visión infranqueable, tampoco seamos hipócritas, como bien dices sobre tu admirado filósofo, no es la opinión sobre un ser humano lo que le describe, sino nuestro comportamiento, las acciones, y hasta que no estamos en la tesitura personal de un tema tan significativo y delicado, no "actuamos". La historia, es que salí un tanto chafada del "diálogo", porque esta sociedad no sabe hablar, tienen unos preceptos, que cambian como la moda, y nos ceñimos a lo políticamente correcto, y si no opinas igual, y encima el interlocutor se siente acosado con tus razonamientos, te tacha en seguida, de doctrinario, de que reproduces tabúes, de que no sabes de un tema, de que te falta experiencia...Al final, ves que la otra persona se marcha agitada, y emocionalmente descompuesta y tú te quedas desplomado por el diálogo, que parecía un linchamiento, y arrepentido de prestarte a hablar para no sacar nada en claro. No nos engañemos, vivimos rápido, y nos creemos progresistas, creemos que estamos muy adelantados por tener tantas tecnologías, y en el interior, estamos totalmente deshumanizados. Cada vez, somos más primarios, creyéndonos avanzados y cultos, cada vez nos preocupamos menos por la vida, y somos más destructivos. Cada vez, menos personas. ¿Para qué va a querer nadie dialogar? Para mucha gente, es una pérdida de tiempo.No es "productivo".

oscar pintado dijo...

Shanna, gracias por tu comentario. Las premisas fundamentales del diálogo, tal y como yo lo entiendo, son las siguientes:
1- No hay bandos, hay argumentos.
2- Los argumentos se defienden al tiempo que se exponen, no se exponen sin pretender ser defendidos.
3- El desacuerdo es un componente magnífico del diálogo, pero no es su condición de posibilidad.
4- Hay que estar tan dispuesto a que te rompan el saque como a romper el saque.
5- Poder no tener razón es una cualidad de todo ser dialogante, tener razón es siempre una esperanza que se busca con el argumento.
6- Si no conozco la cuestión sólo escucho. Escucho en todo caso.
7- Sólo hablo si tengo algo que decir, si lo que tengo que decir aporta algo a mi interlocutor y aporto algo a mi interlocutor sólo si él sabe lo que es el diálogo. De otro modo, el diálogo lo es de besugos.
8- Dialogar no es dar opiniones, es preguntar y declarar. Porque lo que se persigue no es hablar, sino dar con la verdad.

Bajo estas premisas tengo que decir que no puedo estar de acuerdo con que "cada uno crea lo que quiera", porque eso impide de raíz el diálogo. Respeto que alguien crea algo diferente de lo que yo creo pero no respeto que la opinión según la cual todas las opiniones son válidas sea más respetable que la contraria en razón de porque sí. O sea, en razón de ser políticamente correcto.La cuestión en este punto, según la entiendo es: ¿por qué hemos aceptado como políticamente correcto que la opinión según la cual todas las opiniones son respetables pretende tener un valor universal? Por lo mismo que aceptamos todo como políticamente correcto, por pereza intelectual. Se trata del vicio más dañino con el que se enfrenta la sincera búsqueda de la verdad. Se trata de un muro casi infranqueable. ¿Cómo hacer pensar a quien se niega a pensar? Sólo puedes dejar pasar ese momento y esperar tiempos mejores. ¿Nos rendimos entonces? No. Propongo que cada cual intente pensar por sí mismo, discutir según aquello que el esfuerzo de realizar la trama de un argumento le permite. Una de las cosas que funciona es contribuir al desconcierto. Por ejemplo, alguien me tacha de inquisidor porque considero que una ley no es justa (a Sócrates lo mataron por tener esa consideración acerca de las leyes de Atenas). Si entro en el juego de las ideas, o sea, en la posición de defender mi argumento desde una ideología, estoy condenado al fracaso del diálogo. Es preferible asumir que, si mi interlocutor piensa que soy un inquisidor, entonces soy un inquisidor. ¿Qué espera entonces de mí? ¿Qué tipo de condena? Si no es lo que pretendo habrá de renunciar a su crítica y tener que probar con otra. Esto ya vale la pena, porque implica que mi interlocutor tiene que hacer el esfuerzo de decir algo con sentido desde lo que él piensa, y no desde una serie de prejuicios y frases hechas. El problema suele ser afectivo. Nos ponemos como fieras si nos llaman dogmáticos. Si fuese dogmático intentaría que no se notase. Si lo soy y no me entero me acerco a la idiotez y, en todo caso no soy peligroso. La acusación de dogmático no puedo aceptarla, muy a mi pesar, pues confío en la solvencia intelectual de mi interlocutor. Otro rato, otros ejemplos. Mil gracias por soportar estas parrafadas.

Anónimo dijo...

Dialogar no es negociar, ni en un sentido figurado ni en un sentido estricto, aunque a veces se empleen como sinónimos (me estoy acordando de «diálogo con los terroristas», por poner un ejemplo absolutamente ambiguo [o desafortunado]).

Tampoco es una lucha dialéctica contra el interlocutor. Por eso es importante poder no tener razón y no es tan importante tener razón (buscar tener razón es una actitud peligrosa, porque sólo se busca la confirmación de lo que uno piensa).

El diálogo sirve para entenderse, tanto a los demás como a uno mismo, porque en el auténtico diálogo, uno cambia, pero no de opinión.

Quizá el problema está en la opinión, en que vivimos bajo su tiranía. Por supuesto cada uno puede pensar lo que quiera (pero para eso debe pensar). Usamos a veces las opiniones como sinónimos de convicciones, de aquello que estamos convencidos, pero no necesariamente debe ser así.

Las opiniones, los contenidos de nuestras opiniones, pueden ser a veces la mejor forma de impedirnos pensar, porque nos impiden preguntarnos sobre muchas cosas. Y eso impide el diálogo, esa conversación callada con nosotros mismos, que no casualmente Platón llamaba pensamiento.

Anónimo dijo...

Bueno, puede que me incorpore un poco tarde a esta conversación pero el tema me interesa...tal vez no haya meditado suficientemente en todo lo que decis (sobretodo en el caso de Oscar...)pero hay algo que me inquieta, por un lado me llama la atención esa teoria o las condiciones que enumerabas sin las que no parece que exista dialogo, con algunas de ellas, puedo entender lo que dices pero se me hacen demasiado "herméticas" o cerradas. Quiero pensar que el diálogo es "otra cosa". No se si entendí bien a Platón pero desde siempre me ha transmitido que la auténtica filosofía es el diálogo y una la metafora que siempre me inspiró es la del viaje. Un diálogo con pretensión de verdad es como un viaje a lo desconocido de la mano de otro, una experiencia casi mística y escepcional que no se busca, como se pudiera buscar un acuerdo, o la imposición de tu propio ego, sino que te encuentra, se cruza en tu camino, como un regalo que sin tí no tendría sentido pero que parece anterior a uno mismo. Por cierto, hace tiempo que no experimento nada parecido, que no me siento tan viva. En fin, algo habrá que hacer para convatir esta nostálgia filosófica.